Apogeo de la luna y el ano en llamas, dijiste
cuando te pasé la pomada china para masajes
orientales. Hoy por atrás, mañana por delante,
pensé, iluminado.
Mañana o pasado, mientras descarrilan trenes
atestados de trabajadores malolientes, escribiré,
con entusiasmo, para tí, mi primer ensayo sobre los
beneficios de la religión.
Con seguridad, una religión de pocos pasos, que
no se detenga en nimiedades, que simplifique, es
mejor que cualquier cosa de las que te ofrecen,
a carradas, todo el tiempo.
¿Crees en el destino? preguntaste.
¡Por Dios, claro que creo en el destino!
Me detuve, esta tarde, frente a un moderno templo
cristiano, un pequeño local vidriado muy
iluminado. Sorprendido, vi sentada rezando a la
cajera del supermercado donde compro
habitualmente. Lo pensé dos veces y me dije:
mis hermanos.
Seguí caminando. Y recordé emocionado algo
que ahora no recuerdo, algo por lo cual había
agradecido mi buena suerte, alguna visión de
profunda belleza, supongo.
Apogeo de la luna, dijiste. E introduje el dedo
para darte la paz de conciencia, la felicidad
prometida, todo lo que esperas de esta vida.